Por @SilviaP3
Tal vez no sea una película tan perfecta como algunos esperábamos, pero sí necesaria. Tal vez no refleje todas las aristas de un tiempo en el que parte de la otra mitad de la humanidad luchó por cambiar las cosas, pero sí muchas de ellas. Y tal vez peque de secuencias demasiado largas sobre el tema emocional, pero cuya ausencia habría masculinizado una historia cuyas protagonistas fueron, ante todo, las mujeres.
FUENTE: Wikimedia |
Menos coral de lo que hubiera sido deseable, la atención recae sobre la figura de Maud, interpretada por Carey Mulligan, una obrera en la que se reflejan las duras condiciones de trabajo y los abusos de todo tipo que sufrían con toda normalidad las mujeres de aquel entonces. De tal forma, se agradece esa perspectiva desde las clases más desfavorecidas, aunque no por ello deja de echarse en falta una mayor exposición de otras figuras fuertes, como el personaje interpretado por Helena Bonham Carter, que resultan, en cierta forma, desaprovechadas.
A pesar de ello, resulta un punto a favor nada desdeñable cómo quedan perfectamente expuestas en la cinta las múltiples razones de la lucha por el sufragio femenino. La propia protagonista que se ve inmersa en la revuelta, al principio de la película, sin saber qué responder cuando le preguntan por qué quiere votar, evoluciona de tal forma que posteriormente lo expone con precisión y detalle por escrito. Así, en vez de centrarse en el hecho simple de que tal revolución fue iniciada para meterse en política como los hombres y simplemente ser como ellos, deja muy claro que la intención era tener voz a la hora de redactar las leyes, de crearlas nuevas, de subsanar las injusticias, de ser tenidas en cuenta, de ser escuchadas, de ser libres.
A pesar de ello, resulta un punto a favor nada desdeñable cómo quedan perfectamente expuestas en la cinta las múltiples razones de la lucha por el sufragio femenino. La propia protagonista que se ve inmersa en la revuelta, al principio de la película, sin saber qué responder cuando le preguntan por qué quiere votar, evoluciona de tal forma que posteriormente lo expone con precisión y detalle por escrito. Así, en vez de centrarse en el hecho simple de que tal revolución fue iniciada para meterse en política como los hombres y simplemente ser como ellos, deja muy claro que la intención era tener voz a la hora de redactar las leyes, de crearlas nuevas, de subsanar las injusticias, de ser tenidas en cuenta, de ser escuchadas, de ser libres.
Como bien dice en su aparición estelar Meryl Streep, en una interpretación que le va como anillo al dedo pero que no debería engañar al espectador en las promociones de que aparecerá en pantalla más de diez minutos, interpretando a Emmeline Punkhurst: «Prefiero ser rebelde que esclava».
En un relato de tal calibre, los personajes masculinos tienen una importante presencia a la hora de mostrar la actitud que el otro sexo tuvo para con sus esposas, hijas o madres. Desde el marido que apoya la causa hasta el que le da más importancia a mantener el orden establecido, pasando por el que comete abusos, por el que las desprecia y por el inspector que observa todo con el conocimiento necesario pero con la superioridad de aquel que cree que la lucha no tiene razón de ser porque es una causa perdida, todas las posturas de los hombres ante aquella sublevación tienen su presencia en pantalla.
Como no podía ser de otra forma, y en este punto no hay pero alguno que quitarle, la escenografía, ambientación, fotografía y vestuario están cuidados con absoluto detalle. La sobriedad con la que trata los momentos más crudos de la historia también se agradece. Con ello se demuestra que para hacer sentir al espectador angustia y opresión no es necesario acudir ni a primeros planos escabrosos ni a imágenes sensacionalistas, y sin embargo, la película no elude ninguna de las situaciones a las que se enfrentaron unas mujeres que pagaron un alto precio para que el sufragio universal mereciera ser así llamado en los libros de texto.
Sufragistas debería ser de visión obligada en los institutos. Su historia debería ser una de las muchas que tendrían que contarse sobre una revolución que cambió la sociedad en la que vivimos. Todos deberían observarla y empatizar con la vida de aquellas que pagaron un alto precio porque cada una de nosotras pudiera introducir un sobre en una urna, motivo más que suficiente para no renunciar nunca a ese derecho, porque lo que no se cuenta o lo que no se hace termina siempre por olvidarse.
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