Por @SilviaP3
Ayer tuvo lugar la trigésima gala de los premios Goya, coloquialmente conocida como la fiesta del cine español. De antemano confieso que no la vi completa, aunque también les digo que la opinión a exponer en estas líneas no va a hacer referencia ni a los galardonados, ni a las películas, ni a los modelitos de las actrices, ni a la presencia de los políticos, ni al discurso de Antonio Resines y su obsesión por la piratería con unas cifras completamente falsas, ni a las expresiones de desconcierto, aburrimiento o vergüenza ajena que en ocasiones reflejaban los rostros de Juliette Binoche y Tim Robbins; no, yo voy a hablar de los guionistas.
FUENTE: Pixabay |
Porque si todavía hay alguien que no se ha enterado, este año los guionistas no pudieron pisar la alfombra roja. No me pregunten por qué, porque lo desconozco, y a estas alturas todavía no he leído una sola razón que intente fundamentar tal hecho, aunque da igual la que nos den. No hay argumento posible para defender la decisión que tomó la Academia de Cine de que todos los guionistas, salvo aquellos nominados que a su vez fueran directores de la cinta, tuvieran que entrar por la puerta de atrás del Hotel Auditorium, donde se celebró el evento.
En serio, ¿acaso no son importantes?, ¿acaso un guion no es el pilar sobre el que se erige todo lo que se hace después? Piénsenlo, ¿qué sería del cine sin los contadores de historias? ¿Qué sería de la literatura sin los escritores de ficción?
Al parecer todavía existe quien cree que aquellos que escribimos somos simples escritorzuelos, sin mayor ni menor trascendencia, a los que es mejor no mostrar. Así pues, seamos irónicos. ¿Quién va a darle importancia a que rostros desconocidos no entren como los demás a una gala en la que se merecen reconocimiento y respeto? ¿Qué más les va a dar a esos que se pasan horas a solas, delante de un ordenador, con personas que no existen dentro de sus cabezas y con mundos imaginarios que pugnan por salir y que ni siquiera saben si llegarán a buen puerto, que les hagan entrar por la puerta de atrás? ¡Venga, hagámoslo, seguro que ni protestan! ¡Ah, pero esperen! Eso sí, si uno tiene un Nobel o cierta proyección social, no debemos obrar así. Exclusivamente a esos se les considerará en alta estima, y habremos de aprovecharnos de ellos y de su imagen siempre que se pueda, utilizando la palabra cultura cuando convenga, sin ser conscientes realmente de lo que eso significa. Qué más da. El negocio es el negocio.
Asumámoslo, la mayoría cree que un guion lo escribe cualquiera. Como suele pasar en estos casos, me gustaría que se pusieran a ello, a ver qué pensarían entonces. Mientras tanto, por favor, cada vez que disfruten una película, que sus giros y argumentos les hayan encantado, emocionado, alterado, entusiasmado, aterrorizado o desconcertado, sí, alaben a los actores, elogien al director, admiren a los fotógrafos, a los diseñadores de vestuario, los escenarios, el sonido, la banda sonora, el atrezo... pero no se olviden nunca de aplaudir al guionista. Sin él, no habría sido creada esa película.
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