Por @SilviaP3
Sin haber creado demasiada expectación en nuestros cines cuando se estrenó, Altamira es una de esas películas que puede generar tan altas expectativas que termina dejando una sensación agridulce.
Protagonizada por Antonio Banderas, la cinta nos cuenta la historia del descubrimiento de las pinturas de Altamira y todo lo que supuso en su época, tanto a nivel científico y social como en el universo personal de sus descubridores: el arqueólogo Marcelino Sanz de Sautuola y su hija de ocho años, María. El enfrentamiento con la Iglesia Católica y las envidias de sus colegas conforman un argumento que, ya de por sí, era lo suficientemente atractivo e interesante. Sin embargo, algo falla en el resultado final de una película en la que, sobre todas las cosas, destaca Banderas.
Tal vez sea un problema de guión. Quizás sea un problema de montaje o de la dirección de Hugh Hudson. Lo cierto es que la cinta carece de un apasionamiento que solo es capaz de transmitir el protagonista, cuya curiosidad y motivación personal desborda la pantalla en contraste con la frialdad que demuestra, en general, el resto del elenco. Seguramente, esa falta de química entre el malagueño y Golshifteh Farahani, que interpreta a su esposa, y cuya relación forma uno de los epicentros de la película, hace un flaco favor a la misma. En contraposición, María, encarnada en la joven actriz Allegra Allen, sorprende gratamente, si tenemos en cuenta lo difícil que es dar con una interpretación infantil creíble. Otro nombre que vale la pena destacar, aunque se encuentra por completo irreconocible para aquellos que hacía mucho tiempo que no lo veíamos en pantalla, es Rupert Everett, ejerciendo de monseñor.
La sensación final es que la historia podía haber transmitido mucho más, pues no llega a emocionar por completo e incluso cuenta al final con alguna escena bastante melodramática completamente prescindible. Eso sí, la música se merece un sobresaliente. No es para menos. Es de Mark Knopfler.
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